¿Militarización?
Ginés Sánchez
Mucho se ha discutido, hasta el grado de abarcar casi por completo la agenda política del país, el nuevo rol de las fuerzas armadas en México durante el primer sexenio de la Cuarta Transformación. Y es que el presidente Andrés Manuel López Obrador fue muy claro, siendo ya presidente electo, en afirmar abiertamente su intención de convertir al Ejército mexicano en una fuerza de paz, pero que había, hacia el seno mismo de éste, no pocas resistencias.
Razones hay, y válidas de sobra, para este cambio de roles en nuestras fuerzas armadas, y he de enumerar unas cuantas:
– Un descontento de todo el sector, con (al menos) los últimos dos sexenios, mismo que fue expresado en algunas ocasiones, veladamente y a manera de casualidades; esto era más evidente en la tropa y mandos medios. ¿Alguien recuerda las veces en que, en presencia del primer mandatario la bandera nacional gigante se izó, que no fueron pocas, con nuestro escudo de cabeza?, o la vez que una oficial de artillería, en pleno desfile militar por el aniversario de la Independencia, al momento de saludar al presidente Peña Nieto hizo una mueca de abierta repulsión y descontento, misma que fue captada por la señal de TV en vivo de Sepropie y después viralizada en redes sociales. Esas manifestaciones no eran, por supuesto, de abierto apoyo al trato que se les venía dando a nuestros militares.
– El intentar, por medio de nuevas tareas, cómo la construcción de mega obras de infraestructura, resguardo de aduanas y administración de no pocas nuevas encomiendas, que incluyen muy jugosos contratos, de que las fuerzas armadas, expuestas bestial e innecesariamente (desde la administración calderonista) a tentaciones de colaborar con facciones de distinto cuño del crimen organizado, se alejen de negocios sucios, a cambio de otros negocios, de giro dentro del marco del imperio de la Ley.
– Los estragos del neoliberalismo. El Estado mexicano, durante los últimos 30 años se vio mermado en su vigor, su eficiencia y eficacia, por el intento de naturaleza puramente neoliberal de debilitar deliberadamente al Estado mismo en favor del sofisma de “la mano invisible del mercado”; no quedaba más Estado de dónde echar mano, de forma lo mínimamente fiable y expresa, que los cuerpos armados; desde construcción de sucursales bancarias para llevar servicios financieros básicos a los rincones del país olvidados de la mano de Dios, hasta la fiable construcción y operación de aeropuertos y el proyecto del Tren Maya, pasando por otras tantas, de índole variada.
– Motivación ideológica. Y es que nadie parece garantizar que las instituciones del Estado mexicano, ya hormadas a la lógica neoliberal por tanto tiempo de servir a ella, caigan en la lógica de desviar y dar al traste con la 4T en administraciones posteriores; para no ir más lejos, Miguel Ángel Mancera, cuando fue jefe de Gobierno, no estuvo lejos de concesionar la parte de los segundos pisos del Periférico, que se construyó en el gobierno de AMLO en el entonces DF, a una empresa trasnacional española, y eso, por tan sólo citar un ejemplo.
– El intento de López Obrador es pues, que las armas nacionales garanticen que no haya una desviación a terrenos donde, nuevamente, el mercado rija de facto al Estado, y no cómo simple y sencillamente debe ser: al revés. Ya se prepara una reforma a la Ley orgánica de la Sedena, por medio de la cuál, el general secretario de la misma, desempeñe una responsabilidad que va más allá de encabezar una jerarquía puramente militar, para eso, habrá un comandante que se encargue exclusivamente de esa encomienda.
Al final de cuentas, Andrés Manuel López Obrador no está intentando nada nuevo: al final de la Revolución, se vio el país en la necesidad de reconfigurar al Ejército mexicano, baste recordar que hasta Miguel Alemán (1946-1952) hubo un presidente civil, y que en el partido emanado de la Revolución Mexicana, que permitió a México décadas de paz social y progreso, había un sector militar, que se eliminó de un plumazo; también pues, al Ejército se le asignó nuevo rol, y si, por supuesto que hubo prebendas y privilegios de por medio, pero al final de cuentas, el fin justificó (y por mucho) a los medios. Esperemos lo mismo suceda en esta otra coyuntura clave para el país. Mientras, no está de más, solo cómo una analogía (quizás, por completo incluso, fuera de lugar) la sentencia de la Revolución cubana, que desde los intentos de algunos prominentes miembros de sus fuerzas armadas, tuvieron con el fin de reformar el régimen cubano, a la par de la caída del comunismo en el mundo (o socialismo realmente existente), pagando algunos generales dicha osadía más ni menos que con el paredón. A partir de ese momento, en la isla mayor de las Antillas, se puede observar oblicuamente la sentencia, como una amenaza velada a todo aquel que ose un desvío ideológico, de “Socialismo o Muerte”.
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