Resignificando el amor
Dip. Citlali Calixto Jiménez
El pasado lunes 14 de febrero celebramos el ya tradicional Día del Amor y de la Amistad, una fecha que rápidamente asociamos con chocolates, peluches, cenas, globos y romance. Una fecha que ha sido rápidamente capitalizable por la industria del cine, de los alimentos, del turismo y de todos los ámbitos imaginables. Incluso, es una fecha que podría generar sensación de vacío emocional por el hecho de no tener una relación de pareja o no cumplir todos los “deber ser” que la sociedad nos ha impuesto en torno al tema de las relaciones personales y planes de vida.
En ese sentido, y tras dejar pasar algunos días para reflexionar, me he hecho algunas preguntas. ¿Cómo nos sentimos a días de esta simbólica fecha? ¿Nos genera la misma sensación que cualquier otra celebración? ¿Qué podemos aprender de ello? Es por eso que he decidido redactar el presente artículo con la esperanza de que sea de utilidad para repensar formas de transitar a vivir un Día de San Valentín y, en general, nuestro día a día, desde una relación sana con nosotras mismas y con las demás personas.
El punto de partida de estos cánones establecidos es el amor romántico.
El amor romántico se ha idealizado como aquella relación de pareja monógama, heterosexual, orientada hacia la procreación y con roles de género muy específicos. Desde esa idea inquebrantable de amor romántico, es como nos hemos acostumbrado a construir nuestras relaciones, muchas veces sin éxito y muchas veces resultando en dolor y violencia, ya que su naturaleza misma está basada en la desigualdad. Esta idea del amor parte de mitos lejanos a nuestra realidad, que nos impiden conducirnos desde el amor propio y el diálogo honesto.
De entrada, cuando pensamos que “el amor todo lo puede” o que “me cela porque me ama”, estamos permitiendo y normalizando violencias simbólicas que fácilmente pueden escalar hacia formas psicológicas y físicas. En el peor de los casos, la violencia escala hasta la feminicida. Los múltiples casos desgarradores que conocemos lo han demostrado.
De tal manera, es importante que aprendamos que las personas somos diferentes, tenemos distintos sueños, expectativas, experiencias y formas de ser que pudieran o no ser compatibles con tener una pareja o con la pareja que elegimos. La clave está en la escucha interna, ese diálogo personal que nos permite distinguir y decidir de manera autónoma. Mirar hacia dentro será la clave para construir puentes saludables, formas únicas de construir modelos de pareja que funcionen para nosotras. El diálogo interno nos permite reconocer lo que nos agrada y lo que nos violenta y de igual manera poder avanzar en la expresión de dichos sentires.
Nos hemos centrado en el amor de pareja, sin embargo no quisiera terminar sin recordar que los vínculos amorosos no son solo de pareja; amar va más allá de la posesión, más allá de los regalos, las cortesías y las poses para conquistar. Amar es mostrarse y acompañarse en el crecimiento.
Y, de nueva cuenta, ese amor lo iniciamos a construir desde nuestra propia persona. El amor propio emana del diálogo interno ya referido, y es fundamental para reconocer nuestro valor como personas. Es a partir de ahí que podemos construir relaciones que respeten nuestra esencia. Quizás nos tocó vivir un Día de San Valentín sin pareja, o alejadas de nuestros seres queridos. Sin embargo, el amor propio nos viene a recordar que el amor va más allá.
Dice una sencilla definición: “el amor es el vínculo de afecto que nace de la valoración del otro e inspira el deseo de su bien”. Así que va el reto de que construyamos desde el amor con las personas que contribuyen en nuestro crecimiento y desde la diversidad de vínculos. Es momento de resignificar el amor.