Calpulelque (primera parte)
Sergio Lugo
El pasado 20 de noviembre, para analizar la Revolución Mexicana, el cronista Manuel Garcés me invitó a su casa, en el pueblo de Tecomitl, alcaldía Milpa Alta, en la Ciudad de México.
Estuvieron presentes el profesor Amador Espejo Barrera, sobrino nieto de Josefa Espejo, mujer con quien se casó Emiliano Zapata; acompañado de Amadeo Guevara Franco, quien es cronista del municipio de Ayala, Morelos. Toda esa región fue un bastión del ejército zapatista, eso lo explica Manuel Garcés en su libro El zapatismo en Milpa Alta, del Chichinautzin al Zócalo (Ediciones Quinto Sol, 2013).
Ellos dieron su versión de la Revolución desde el punto de vista zapatista, pero, primero, quisiera contextualizar.
Durante el régimen de Porfirio Díaz se apoyó a terratenientes, quienes les arrebataron las tierras a sus dueños originales: los indígenas y campesinos. Esto viene de siglos más atrás, cuando los españoles nos trajeron dos cosas que nos perjudicaron: el sistema feudal, por medio de las haciendas, y la religión católica; el primero, era la forma económica de robarse las tierras; y la segunda, era la manera de mantener sumisos a los pobres, con miedo a rebelarse.
Los dueños de las haciendas eran los amos de los campesinos, a quienes embrutecían con el alcohol, al mismo tiempo que los endeudaba eternamente, en las “tiendas de raya”. Eso siempre lo condenó Flores Magón.
El dictador Díaz también mantenía aislados a los pobres en todo el país. Recomiendo el libro La rebelión de los colgados, de Bruno Traven, el cual se hizo película con Emilio Fernández y Crevenna. Explica cómo los dueños de fincas en Chiapas explotaban a los indígenas para talar árboles, y los castigaban colgándolos de las manos.
El ejército de Díaz también exterminó pueblos enteros. Recomiendo el libro Tomóchic, de Heriberto Frías (que se llevó al cine con Gonzalo Martínez), el cual narra cómo el Ejército, en 1862, quemó vivos a los pobladores de Tomóchic, Chihuahua, en contubernio con los terratenientes.
Sobre el zapatismo, coincidimos que el Ejército Libertador del Sur fue derrotado porque no tenía el suficiente armamento, y menos que fuera nuevo, ya que no era tan fácil comprarlo en Estados Unidos.
A Emiliano Zapata el pueblo de Morelos lo nombró Calpulelque, es una palabra de origen náhuatl, que venía siendo una persona que representaba a los campesinos parcelarios, para defenderlos, era un encargo con gran responsabilidad, que los aristócratas nunca comprendieron.
Amador explicaba que Zapata supo tomar las experiencias de los pueblos indígenas que habían luchado antes; por ejemplo, en la supervivencia: el que los hombres tomaran los orines de los caballos en lugar de beber agua directamente. O remedios para curarse. Sobre el papel de las mujeres, ellas amamantaban a los niños que quedaban huérfanos en la guerra.
Por su parte, Amadeo exponía que Zapata quería que Flores Magón se fuera a instalar a Morelos, para que, con su imprenta, se difundiera el Plan de Ayala, elaborado por Otilio Montaño (se proclamó el 28 de noviembre de 1911, la bandera política del zapatismo contra Madero), y sus otros manifiestos, varios en náhuatl, que redactaba un sacerdote.
Guevara Franco constató un ejemplar facsimilar auténtico del Plan de Ayala, que posee Garcés y está certificado por el zapatista Gildardo Magaña en 1926, entonces general de División del Ejército nacional.
“Hacemos constatar que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques… entrarán en posesión de estos bienes… los pueblos o los ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes de esas propiedades, de las cuales han sido despojados por… nuestros opresores”: Plan de Ayala.