Los sentimientos de los que nació nuestra República
Geovanni Manrique Pastor
Para Evelyn, nuestra primera gobernadora
Aeque victrix oculis et unguibus
José María Morelos y Pavón
La muerte del padre Miguel Hidalgo y Costilla, precedida por errores tácticos en la definición de la dirección estratégica que la guerra de Independencia debía tomar para lograr la victoria definitiva, complicó el escenario político-militar en torno a la organización del movimiento.
Visto desde la distancia que otorga el tiempo creo (al igual que muchas y muchos de nosotros) que después del decisivo combate en el monte de las Cruces, el movimiento debió dirigirse a la Ciudad de México en lugar de tomar rumbo a Guadalajara; pues, aún cuando era previsible el descontrol y desorden que generaría la entrada de la frágil y precaria estructura militar integrada por las huestes revolucionarias de Hidalgo a la capital, constituidas mayormente por negros, indios y criollos sometidos, excluidos y desprotegidos por más de 300 años de dominio español, se habría consolidado (en muy corto tiempo) la Independencia de México, el reconocimiento de la metrópoli y fundamentalmente, ahorrado miles de vidas.
La toma rápida de la ciudad, aunque costosa en vidas y recomposición del orden, habría evitado la pugna entre facciones que, por la naturaleza de sus orígenes y por el paso del tiempo; al irse incorporando al movimiento, pusieron en evidencia las contradicciones internas que se profundizaron; seguramente se habría definido de una vez y por todas, el perfil de la nueva República genuinamente ya prefigurado desde los primeros instantes de la Revolución, que sentó sus bases en las distintas proclamas que realizó el padre Hidalgo durante la campaña militar que partió de Dolores y recorrió San Miguel, Celaya, Guanajuato, Valladolid y Guadalajara, en las que se enfatizó de manera precisa arrebatar el control político a los peninsulares, abolir la esclavitud y el pago de los tributos impuestos a indios y las innumerables castas establecidas por el imperio español.
La realidad fue distinta y reconstruir el complejo entramado político no fue una tarea sencilla ni de una sola persona; más bien fue el resultado de la suma de voluntades, a través de la concertación, que fue posible al liderazgo que el Generalísimo José María Morelos y Pavón construyó gracias, entre otras cosas, a la integridad manifiesta en la consecución de sus principios aunque también a los éxitos militares logrados con astucia, constancia y disciplina en su primera, segunda y tercera campaña en las tierras del sur mexicano.
Entre 1811 y 1813, desde la Suprema Junta Nacional Americana hasta la instalación del Primer Congreso de Anáhuac, el Generalísimo logró resarcir medianamente el daño causado por el ejército realista al movimiento (errático y con serias discrepancias al interior de sus miembros, respecto del mando y por consecuencia del rumbo de la Revolución); y también, ampliar el dominio territorial para ejercer el poder y el control político necesarios para enfrentar de manera decisiva la hegemonía imperial española y persistir en la instauración un nuevo régimen político que, a esas alturas, se definía ya no sólo por los propósitos planteados inicialmente por Hidalgo, sino enfáticamente por el fin de la dominación colonial y el surgimiento de una nueva República.
En el cenit de su carrera política y militar, José María, el Generalísimo Morelos, el Siervo de la Nación, el mexicano que encarna el mejor ejemplo de humildad a través del servicio a los demás, nos legó tres documentos que encarnan su pensamiento político sobre el diseño institucional que, desde su perspectiva, debía tomar forma para constituir a México como Estado nacional.
Tanto el Reglamento del Congreso, que sirvió para dar fin al funcionamiento de la Suprema Junta Nacional y sentar las bases de la preparación, instalación, funcionamiento y atribuciones del Congreso de Anáhuac como Poder Legislativo, así como el diseño constitucional de los poderes Ejecutivo y Judicial; como el discurso inaugural del Congreso, que se instaló el 14 de septiembre en el “venturoso pueblo de Chilpancingo”, en el que abrevando del pensamiento liberal francés afirmó que “la soberanía reside esencialmente en los pueblos” y clamó “que el Anáhuac fuese libre” aun así fuese preciso “¡morir o salvar a la Patria!”.
Así como los 23 puntos leídos por el secretario Juan N. Rosains, que constituyen los Sentimientos de la Nación que versan sobre asuntos públicos como la independencia, soberanía, división de poderes, gobierno liberal, religión e iglesia, esencia de las leyes, derechos de la humanidad, soberanía, hacienda pública y las celebraciones de la nueva nación; son en suma, la recuperación del sentir de la sociedad constituida sobre una base injusta de clasificación de castas, la condensación de los sentimientos personales propiciados por los momentos difíciles de su formación y crecimiento personales en esa sociedad novohispana de finales del siglo XVIII y principios del XIX, pero también el influjo del momento y coyuntura política mundial; pues las revoluciones francesa y norteamericana eran los paradigmas políticos de la época, decantados en las ideas que le fueron transmitidas por sus preceptores, y que no son más que la muestra del principal interés que lo movió a luchar persistentemente y que consistía, en sus palabras, en formar la dicha de los pueblos salvando a la Patria de la injusta dominación colonial; esos fueron los sentimientos de los que nació nuestra República.