Sin motivo para el olvido
Manuel Nava
El movimiento estudiantil del 68 continúa siendo relevante porque exhibió el autoritarismo y defendió las prácticas democráticas.
En los años 60, la conformación del sistema político estuvo asentada sobre la estructura de un partido estatal, la instauración del presidencialismo autoritario, que se sirvió de los diversos sectores sociales corporativizados institucionalmente y que limita a todo movimiento social a incorporarse a la estructura diseñada o a la represión.
El diazordacismo fue un intento verdaderamente osado por llevar adelante modelos de desarrollo capitalistas combinado con los elementos de un Estado fuerte, fidelidad de las masas populares y un Estado al servicio de intereses capitalistas.
Los partidos políticos no existían; sólo el aparato priísta. El Revolucionario Institucional no podía considerarse partido, sino una organización burocrática que cumplía funciones político-administrativas usando la sumisión como principal arma de dominación política. El régimen controlaba la mayoría de los medios de comunicación, el Congreso, la seguridad y el Poder Judicial.
La década se caracterizó por dos grandes circunstancias: por un lado, tasas de crecimiento elevadísimas (cercanas al 7 por ciento anual), con baja inflación, todo lo cual contribuyó al afianzamiento de una clase media urbana y una acelerada movilidad social, pero bajo una estructura autoritaria.
El gobierno federal de los 60 había construido una máquina capaz de mediatizar, controlar, hostigar y eliminar a quien dudara, criticara o actuara por cambiar el orden establecido. La mayor parte de la población creía en el régimen porque siempre habían mantenido al país “funcionando”; esto los hacía confiar en su capacidad para sacar al país adelante.
El acontecimiento fue un parteaguas en la historia de México que nos demostró la doble realidad del país: el hecho histórico y la representación simbólica que sigue sin ser desenmascarada y permanece oculta. Un México que no nos es ajeno, sino que al mismo tiempo que nos define, coexiste con lo que somos aún a pesar de nuestra incapacidad para poderlo nombrar.
El 2 de octubre de 1968 nos definió como nación, porque aquella parte que permanecía oculta en nosotros se hizo transparente.
Entre noviembre de 1963 y junio de 1968 hubo al menos 53 revueltas estudiantiles en México. Las motivaciones y las demandas eran diversas. Sin embargo, todas se apuntaban hacia una misma dirección: el reclamo a la ferocidad con la que la policía del régimen se conducía. La brutalidad policíaca unía a los jóvenes. El movimiento del 68 mostró diversas contradicciones de la sociedad mexicana.
El movimiento estudiantil es fundamental para entender la dualidad del México de hoy; la apertura de espacios más democráticos y la puerta hacia la violencia.
El agravante es que la violencia manifiesta en estos momentos tiene otro origen. En ciertas circunstancias algo de violencia puede ser un método muy eficaz para llevar al orden del día temas acallados. En aquel entonces, el sistema, reacio al cambio, necesitaba ser alterado. La violencia era una vía para lograrlo. Varias revueltas se suscitaron entre policías y estudiantes del movimiento durante ese periodo.
Pero esto es muy diferente al vandalismo como forma de protesta, con mucho fanatismo pero sin rumbo y la violencia derivada de la actividad del narcotráfico.
Estas particularidades de hoy alertan que la autocracia está logrando avances contra la democracia y animando a más líderes a abandonar el camino democrático de seguridad y prosperidad.
Gobiernos autoritarios en todas las regiones están trabajando juntos para consolidar el poder y acelerar sus ataques a la democracia y los derechos humanos.
Un total de 60 países sufrieron disminuciones en los derechos políticos y libertades civiles durante el 2021, mientras que sólo 25 mejoraron. Menos países experimentaron mejorías en 2021 que en cualquier otro año desde que comenzó el periodo actual de declive democrático global.