Miguel Gregorio. Conocimiento y rebeldía
Geovanni Manrique Pastor
Para mi paisanaje guerrerense
Miguel Gregorio Antonio Ignacio, conocido como El Zorro entre sus amigos de la juventud, por su sagacidad y astucia, nació el 8 de mayo de 1753 y precozmente, a la semana, lo bautizaron en la capilla de Cuitzeo de los Naranjos, en Guanajuato. Fue un estudiante sobresaliente que en 1770, a sus 17 años, obtuvo de la Real y Pontificia Universidad de México el reconocimiento como bachiller de artes y en 1772 como bachiller en teología; razón por la que, con cierta facilidad, se convirtió en corto tiempo en profesor sustituto de latín, filosofía y teología hasta obtener la titularidad de la cátedra de latinidad en 1777 que fue el punto de inicio de una carrera magisterial intensa pues en 1784 obtendría la titularidad de la cátedra de teología, recorriendo en los hechos “todo el plan de estudios, contribuyendo a la formación de numerosos clérigos y laicos que no seguían la carrera eclesiástica”.
Así inició este joven su vocación magisterial con una ruta clara hacia la ordenación eclesiástica que, bajo el título de ordenación de lengua, obtuvo en 1774 y se consolidó en 1778 cuando se ordenó presbítero, a los 25 años. La académica lo condujo por los entresijos de la administración del Colegio de San Nicolás, fundado el año de 1540 en Valladolid por Vasco de Quiroga, Tata Vasco, pues en 1875 fue nombrado vicerrector; y posteriormente, entre 1787 y 1792, se ocupó de la tesorería del colegio y fue su secretario, para finalmente convertirse en su rector a partir de 1790, con apenas 37 años.
Humano de fe, humano de su época, pero también humano formado en las ideas, pensamientos y perspectivas innovadoras, e incluso disruptivas, que fueron consecuencia del intenso debate intelectual que suscitó un conjunto de movimientos y cambios sociales, políticos, culturales, filosóficos, científicos, morales, religiosos y económicos que surgieron del rompimiento con el orden establecido, con el establishment, con el ancient regime.
No dudo que Miguel seguramente, fiel a su encanto por la lectura y al gusto de mantenerse informado, siguió con lujo de detalle los acontecimientos que propiciaron las revoluciones políticas que dieron origen a la Unión Americana de las 13 colonias en 1776 y a las ideas de libertad, igualdad y fraternidad en Francia en 1789. Y por supuesto que, muy seguramente, le merecieron opiniones claras y posiciones políticas definitivas el conjunto de reformas borbónicas cuyos efectos en la sociedad novohispana fueron no sólo negativos, sino desastrosos a la postre.
Hombre “…de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y vivos ojos verdes, la cabeza algo caída sobre el pecho y bastante cano y calvo; vigoroso aunque no activo ni pronto en sus movimientos; de pocas palabras en el trato diario, si bien animado en la discusión ‘al estilo de colegio’ cuando entraba en el calor de una disputa”, así lo describió el intelectual decimonónico Lucas Alamán.
Fue un lector consumado, de esos que además del disfrute que conlleva abstraerse de este mundo para trasladarte a otros lugares y tiempos, compartía con familiares y amigos el sabor, la intensidad, la potencia y motivación que produce esta actividad. Esa bibliofilia, ese gusto y pasión por leer, lo hizo un elocuente, agradable y ameno conversador de todos y de ningún tema; porque leer, estar informado, ser consciente de sus desconocimientos más allá de lo que creía saber, lo condujo a ordenar y estructurar sus pensamientos, ideas y convicciones.
Bohemio, jugador, bailador y enamoradizo; Miguel fue un humano que vivió intensamente cada instante de su vida. Seguramente cometió errores en su proceder, como cualquiera de nosotros; es un hecho que en su interior, padeció el malestar que produce el remordimiento, el arrepentimiento, la culpa, la tristeza y la angustia que son el resultado de nuestra condición humana, pero en sus virtudes la nube negra de sus defectos se disipa, se achica, se hace menos.
Intrépido, pero con templanza, libertario pero responsable; quizá ahí, en esas características, se sintetizan las claves del por qué, después del victorioso combate en el Cerro de las Cruces que prefiguraba su entrada triunfal al Valle de Anáhuac, decidió maduramente tomar camino a Guadalajara para evitar el caos, el saqueo, la violación, el ultraje, mancillamiento, la matancina, el genocidio y el baño de sangre.
Nadie de sus contemporáneos imaginó que Miguel, Miguel Gregorio, Miguel Gregorio Antonio Ignacio, el cura Hidalgo, sería el primer Padre de la Patria; como tampoco, que su vida, pensamiento y acción constituidos fundamentalmente en la fe y la rebeldía, definirían, delinearían y perfilarían el país, la nación, la patria que hoy somos.
En el recurrente deseo de traer a la vida a quienes no se encuentran entre nosotros, solemos invocarles para cuestionar cómo serían, cómo se conducirían si vivieran. Yo que lo hago con mis abuelos y mis tíos que ya no están en este plano terrenal; también lo pienso con los hombres y mujeres que han escrito momentos importantes de la historia de la humanidad; y tratándose del primer padre de la patria, también me pregunto ¿Cómo sería hoy Miguel Hidalgo? Seguramente desearía ser tratado sin ceremonias ni protocolos; querría ser considerado un ciudadano más, eso sí, de los muchos ocupados en transformar el mundo con base en las ideas de esta época, porque Miguel fue una persona de cambio y lo demostró con creces al luchar por quienes menos tienen, por los desposeídos, por los olvidados.