Fahimeh Heydari visita México como invitada de honor de la Escuela Nacional de Cerámica
Alfarera iraní destaca el poder adaptativo de los artesanos mexicanos
Redacción
En su primera visita a México, la ceramista iraní Fahimeh Heydari (Urmia, 1983) se dice asombrada y maravillada por la gran calidez de su cultura: “aquí te abrazan, besan y quieren con mucha facilidad”.
La artista, invitada de honor de la Escuela Nacional de Cerámica para impartir un taller sobre los estilos antiguos de quema de la cultura persa, habló de sus inicios en esa disciplina, las milenarias técnicas que usan en su país y el papel que tienen en su cultura.
“Empecé a trabajar la cerámica en la universidad, poco después de graduarme, en 2007, y puse mi estudio para trabajar. Fui afortunada, porque se convirtió en mi trabajo de tiempo completo. Poco después sentí que tenía que mejorar mi técnica y fui a estudiar una maestría en Izmir, Turquía”, cuenta.
Graduada de la Universidad de Artes Islámicas de Tabriz, Heydari es una figura rebelde que utiliza su personalidad para dar forma a sus piezas.
Ha presentado exposiciones en centros de arte como el Museo de Cristalería y Cerámica de Irán, y en la galería Vista Art, en Teherán; también tradujo del turco al persa el libro Terra Sigillata, el cual compila técnicas turcas que datan de otros siglos y que adaptó a la suya.
Considera que la cerámica en México tiene un contexto diferente al de Irán. La cultura persa tiene un registro de más de 15 mil años en ese arte y es parte fundamental de su historia, lo cual se ve plasmado en las instituciones educativas, que le dedican planes de estudios muy avanzados.
“Tenemos trabajo registrado desde la Era de Hierro; muchos de esos artefactos ya no tienen una función viva, porque se usaban para ceremonias rituales. Incluso, se han encontrado piezas antiquísimas, que pobladores de lugares cercanos siguen trabajando con métodos antiguos”, aseguró la artista.
México, en cambio, sólo tiene 4 mil años de historia de la cerámica registrada, y las piezas son vistas, sobre todo, como artefactos arqueológicos; además, aquí hay pocas líneas para desarrollar la disciplina en las universidades.
“En el poco tiempo que llevo aquí visité Tlaquepaque; vi sus trabajos de cerámica y me recordaron parte de la escuela de mi país. Hay que destacar la labor de los artesanos que, a pesar de la falta de recursos, se adaptan. Me llamó mucho la atención la fabricación de máscaras, algo que no tenemos en mi país”, aseveró.
Los iraníes se inspiraron en los trabajos de la cerámica china, que llegó a Persia desde el siglo VI aC; para entonces, la relación entre el Imperio Persa y China pasaba por India e Indochina, a través de la cual se transportaba mercancía mediante el denominado Camino Real Persa.
Con la llegada del Islam antiguo, de la mano de la invasión musulmana en el siglo VII, el arte en Irán se mantuvo estancado por más de mil años, pues no se permitía la reproducción de efigies ni esculturas.
La cerámica simple se reproducía porque las personas la necesitaban como objetos, pero los creadores aprovecharon y plasmaron en secreto sus expresiones artísticas; lo que llevó a que en otros países copiaran estos trabajos; así fue como la escuela iraní se exportó a todo el mundo, explicó la profesora.
De esa manera nació la técnica del lustre en la cerámica. El Islam no permitía el uso de metales preciosos para crear las piezas; sin embargo, los artesanos idearon este trabajo para copiar el brillo del oro y de la plata, usando metales comunes y así evitar la censura, agregó.
Los artistas de aquella época utilizaron el ingenio para esquivar las restricciones; un ejemplo son las pequeñas figuras que escondían en asas de tazas, el fondo de platos y otros recipientes.