“¿De qué color es el viento?”
Eddy Antonio Hernández Peralta
En la bulliciosa ciudad de San Mateo, dos niños ciegos crearon a partir de su amistad un lazo indestructible, a pesar de sus diferencias sociales y de sus realidades. Martha nació en una opulenta mansión, rodeada de jardines cuidados y lujos inimaginables. Había sido ciega desde su nacimiento. A pesar de su ceguera, Martha tenía una vida llena de comodidades y el apoyo incondicional de su familia.
A unos kilómetros de distancia, en un humilde barrio de la ciudad, vivía Joaquín. La vida de Joaquín era diametralmente opuesta. Su familia apenas lograba sobrevivir, y su hogar era pequeño y desgastado. Joaquín había perdido la vista a los cinco años en un trágico accidente, cuando una explosión de fuegos artificiales en una fiesta del barrio lo dejó ciego.
Un día, por una coincidencia del destino, Martha y Joaquín se conocieron en una escuela especial para niños invidentes. Al principio, las diferencias en sus acentos y maneras de hablar parecían insalvables, pero pronto descubrieron que compartían una sensibilidad especial para describir el mundo a través de sus otros sentidos.
“¿De qué color es el viento?”, le preguntó Martha una tarde mientras jugaban en el jardín de la escuela. Joaquín, sonriendo, respondió: “El viento es del color de tus risas y mis sueños. Es azul como el cielo que imagino en mi cabeza”.
Así comenzó una amistad profunda y sincera. Martha y Joaquín se convirtieron en inseparables. Pasaban las tardes juntos, explorando el mundo con sus manos y escuchando historias que sus compañeros y maestros compartían con ellos.
Sin embargo, sus vidas iban a cambiar radicalmente. Los padres de Joaquín, tras muchos sacrificios, lograron conseguir una operación para devolverle la vista. La cirugía fue un éxito, y por primera vez en años, Joaquín pudo ver. Pero este nuevo comienzo trajo consigo desafíos inesperados.
La familia de Martha, preocupada por las diferencias sociales y la nueva independencia de Joaquín, decidió restringir sus visitas. Martha, atrapada en su mundo de ceguera y aislamiento, se sintió traicionada y sola. Joaquín intentó comunicarse con ella, pero cada intento fue bloqueado por los estrictos guardianes de Martha.
Pasaron semanas, y Joaquín no pudo soportar más la distancia. Un día, decidió enfrentarse a los padres de Martha. Se plantó frente a la imponente puerta de la mansión y pidió ver a su amiga. “Martha y yo hemos compartido algo que ustedes no entienden. Por favor, déjenme hablar con ella”, rogó.
Finalmente, conmovidos por su determinación, los padres de Martha cedieron. Joaquín entró a la casa y encontró a Martha en el jardín. Ella estaba sentada en el columpio, con la cabeza inclinada hacia el suelo. Al escuchar sus pasos, levantó su cabeza, aunque no podía verlo.
“Martha”, susurró Joaquín, “he vuelto a ver, pero no importa. Lo que veo es que nuestra amistad es más fuerte que cualquier barrera que intenten imponernos”.
Martha sonrió y extendió su mano. Joaquín la tomó con suavidad y juntos se sentaron en el césped, hablando como solían hacerlo, sin importar las circunstancias que los rodeaban.
“¿De qué color es el viento ahora?”, preguntó Martha.
Joaquín, mirándola tiernamente, respondió: “El viento es del color de nuestra amistad. Es del color del amor que nos une, invisible pero real. Es de todos los colores que imaginamos juntos”.
Y así, a pesar de los obstáculos, Martha y Joaquín demostraron que la verdadera amistad no conoce fronteras ni limitaciones. El viento, para ellos, siempre sería de un color especial: el de su amistad indestructible.