Llámame…
Eddy Antonio Hernández Peralta
Era una noche fría y solitaria, de esas en las que el viento parece un susurro íntimo que se cuela por las rendijas de la ventana, acariciando la erizada piel con su helada lengua. Lucía se acurrucó en su cama, envuelta en mantas que, a pesar de sus esfuerzos, no lograban darle el calor que buscaba. El silencio reinaba en la habitación, un silencio tan profundo que se volvía palpable, pesado, como una presencia invisible que le oprimía el pecho.
Sus pensamientos vagaban por rincones oscuros de su mente, recordando aquellos momentos que habían sido dulces pero que ahora se presentaban como fantasmas en la penumbra. El susurro del viento afuera parecía llamarla, pero ella sabía que no era el viento, sino algo más profundo, algo que la inquietaba.
Muy a su pesar, tomó el teléfono y su mano temblaba ligeramente. El número estaba memorizado en su mente desde hacía tiempo, aunque hacía mucho que no lo marcaba. Había jurado que no volvería a hacerlo, que el pasado debía quedar enterrado y encerrado, pero esa noche, la necesidad de escuchar su voz era más fuerte que su voto.
Con un suspiro, se dejó vencer por el impulso y marcó. El sonido del timbre resonó en sus oídos como el eco de un recuerdo lejano. No sabía si respondería, no estaba segura de si quería que lo hiciera, pero el teléfono no tardó en dar una señal de respuesta.
–Lucía –dijo una voz profunda al otro lado de la línea, una voz que conocía demasiado bien, una voz que había extrañado durante tanto tiempo, por la carga de emociones que le causaba.
–Llámame loco, pero sabía que esta noche me llamarías –dijo él con una risa suave–. Lo sentí en el aire, en el silencio. ¿Cómo estás?
Lucía cerró los ojos, dejando que el sonido de su voz le envolviera como un manto cálido, expulsando la fría soledad que la rodeaba.
–No lo sé –respondió ella, sinceramente–. Esta noche me siento… vacía.
Él guardó silencio un momento antes de responder.
–Sabes que puedo desvestir tu soledad, Lucía. Lo he hecho antes. Solo tienes que dejarme entrar de nuevo en tu vida, aunque sea por un instante.
Ella apretó el teléfono contra su oído, como si al hacerlo pudiera acercarse más a él, a la promesa de calidez que su voz traía consigo. Recordaba vivamente cómo él tenía esa habilidad de transformar los momentos más oscuros en algo bello. Con él, las noches solitarias dejaban de ser frías y el silencio se llenaba de caricias invisibles, de esas que no se podían tocar, pero se sentían en el alma.
–Sabes que esto no puede durar –murmuró ella afligida, con una voz carente de toda convicción.
–Nada dura para siempre, Lucía, pero un instante puede ser suficiente para eternizar la dicha. Solo déjate llevar por este momento.
Las palabras de él siempre habían sido como un hechizo, envolviéndola en un mundo donde el tiempo y el espacio perdían su significado. Cerró los ojos y dejó que su mente viajara a esos lugares donde alguna vez habían sido felices, donde la noche no era más que una excusa para soñar y donde los sueños, aunque irreales a la luz del día, eran más que verdaderos, mucho más que cualquier otra cosa.
Se quedaron en silencio por un momento, ambos compartiendo esa conexión invisible a través del teléfono, sintiendo que, a pesar de la distancia y el tiempo, seguían siendo capaces de encontrarse en esa soledad compartida.
–Llámame siempre que lo necesites –susurró él al final, con la misma suavidad con la que el viento acariciaba las ventanas–. No importa la hora ni el lugar, estaré aquí para ti, para recordarte que existes.
Llámame, cuando sientas que el susurro de la noche fría y solitaria te desnuda o cuando el silencio bese tu boca llenándola de inquietud, no importa, sólo llámame. Recuerda que puedo llenar la noche de mil formas bellas, hasta que la Luna quede trémula por las apasionadas caricias que con mi voz te doy.
Llámame, bastará un instante de mi vida para eternizar la dicha de saber que existes.
Lucía sonrió débilmente, dejando que sus palabras la arrullaran. Sabía que no debía hacerlo, que esto era un lazo que la mantenía atada al pasado, pero también sabía que, al menos por esa noche, era lo único que podía salvarla de la fría soledad.
–Te llamaré –dijo en un susurro, antes de colgar el teléfono, permitiendo que el calor de su voz le diera aliento suficiente para enfrentar una noche más.