En Huiziltepec, Eduardo Neri, mantienen vivas sus tradiciones de Día de Muertos
Además de la ofrenda de comida y bebida, los despiden en el cementerio
Dassaev Téllez
A pesar de que la tecnología ya los alcanzó, en la localidad de Huitziltepec, municipio de Eduardo Neri, en el estado de Guerrero, sus habitantes acuden el 1º y 2 de noviembre al camposanto a despedir a sus seres queridos y guiarlos a su morada.
Esta localidad está a escasos minutos de la capital del estado y sigue siendo una comunidad de origen náhuatl, y en la que poco más del 90 por ciento de la población aún hablan su lengua madre.
A diferencia de muchas localidades y ciudades, desde el día 23 de octubre comienzan los preparativos y anuncios por las campanas de las iglesias, para la llegada de sus difuntos, los cuales comienzan a llegar desde ese día para convivir y estar presentes con los vivos.
Las campanas repican al menos una vez al día, aproximadamente a las 6 de la tarde, para avisar que sus difuntos van a regresar a visitarlos, incluidos sus mascotas.
Por lo que, para los días 31 de octubre, 1º y 2 de noviembre, los vivos acuden al camposanto de la localidad para encender velas de parafina artesanal e iluminar el camino de regreso de sus familiares.
El 31 de octubre, de acuerdo con su tradición ancestral, las ofrendas se colocan para las personas que fenecieran aún siendo niños, poniendo como plato principal y único, caldo de pollo blanco con tortillas saliendo del comal.
El 1º de noviembre, la ofrenda es para los adultos, colocando como comida tamales verdes con carne de puerco, mientras que el 2 de noviembre, los tamales que se ponen en la ofrenda, que dedican a los difuntos en general, son rojos.
Los pobladores indican que en el caso de que la familia no pueda hacer los tamales, son sustituidos por mole verde o rojo, según sea el día, con carne de puerco y tortillas saliendo del comal, y aseguran que siempre sirven la comida recién terminan de cocinarla, porque “es la última comida que tendrán en un año del mundo de los vivos, los tenemos que despedir bien y comer con ellos, con comida calientita como cuando estaban en vida”.
Señalaron que es rara la vivienda que coloca bebidas alcohólicas en sus ofrendas, por lo que colocan fruta de temporada, aguas, jugos, refrescos, pan, dulces y algún plato extra de otra comida, “de que tiene que haber tamales, tiene que haber, es lo que nos queda más rico”.
La calle que lleva a este panteón, ubicado en las afueras del pueblo, está llena de veladoras, las cuales están prendidas hasta antes de las 10 de la noche, ya que, esta localidad es indígena, apegada a su herencia mexica y habla náhuatl, indican que después de las doce de la noche los nahuales recorren las calles.
Los pobladores, como cada año, llevan incienso y velas; “el incienso es para atraer a los muertos, las velas son para indicarles a dónde llegar, donde está la entrada al Mictlán, los venimos a despedir, porque ya nos visitaron, ya comieron, ya nos saludaron, ya bebieron, ahora tienen que irse y les enseñamos el camino”.
Las actividades que tienen ellos para conmemorar el Día de Muertos, culmina el día 30 de noviembre, cuando colocan ofrendas para “las almas en pena”, es decir los difuntos que tuvieron un final trágico y los que no tienen quien les ofrende, “les celebramos a todos los muertitos, todos tienen que comer”.
Aferrados aún a sus raíces prehispánicas, cuentan la historia de que antes de ser fundada Tenochtitlan, el águila de la leyenda pasó por este lugar, el cual, aseguran, era una laguna, pero “al parecer no le gustó” y continuó su camino, pero un pequeño grupo de personas se quedó a habitar esta localidad, la cual es una de las más añejas del estado.